Aldana Lichtenberger, PhD. @aldanalichtenberger
Durante décadas, la palabra “fetichismo” se usó para nombrar cualquier forma de deseo sexual que no encajara en la norma. Y cuando decimos “norma”, hablamos de una sexualidad muy concreta: heterosexual, genital, monógama, invisible, y más bien aburrida. Todo lo que se salía de ese molde —desde la atracción por los pies hasta el uso de lencería, el cuero, los juegos de roles, o incluso las fantasías de dominación— fue etiquetado como fetiche. Pero ¿qué pasa si ese diagnóstico no solo es obsoleto, sino también dañino?
Hoy queremos invitarte a revisar todo lo que te contaron sobre lo que “está bien” desear.
Un poco de historia (con sesgo incluido)
El término «fetichismo» no nació en la sexología. Viene del colonialismo: en el siglo XVI, los europeos usaban la palabra fetiche para referirse, con desprecio, a los objetos sagrados de las culturas africanas. Esos objetos no tenían valor en sí para los colonizadores, por eso los llamaban “fetiches”, como si fueran supersticiones o delirios. Cuando siglos después Freud y otros médicos varones blancos empezaron a estudiar el deseo humano, tomaron esa misma palabra para señalar un deseo sexual “desviado”, generalmente masculino, y centrado en un objeto o parte del cuerpo no genital. Así, si a alguien le excitaban los zapatos, o el cuero, o los pies, se lo consideraba “fetichista”.
Pero lo que no se decía en esos textos es que la norma sobre la que se evaluaba ese “desvío” estaba construida sobre una idea rígida, binaria y misógina de la sexualidad.
Lo que se patologiza suele ser lo que incomoda al poder
Lo que durante años se nombró como fetiche no es más que una expresión particular del deseo. Y si la expresión era femenina, queer, racializada o marginal, más rápido entraba en la categoría de “anormal”.
Por ejemplo: un varón blanco heterosexual que fantasea con que su pareja use lencería no era diagnosticado. Pero una persona que encuentra excitante usar ropa de otro género, o una mujer que disfruta del BDSM desde un rol activo, sí. La vara con la que se mide qué es un “fetiche” y qué es “normal” está profundamente atravesada por el género, la clase, la raza y el patriarcado.
Y como toda norma que no se cuestiona, genera culpa, vergüenza y silencio.
El deseo no necesita permiso
Lo cierto es que el deseo humano es creativo, variado, no siempre lógico. Y eso no lo hace enfermo. Al contrario: cuanto más libre es una persona para explorar lo que le gusta, más capacidad tiene de vivir su sexualidad con autenticidad, presencia y conexión.
Entonces, ¿por qué seguimos usando la palabra “fetiche” como si fuera un problema?
Porque todavía hay mucha gente que cree que solo existe una forma correcta de desear. Que el placer debe ser espontáneo, monógamo, genital y mutuamente sincronizado. Y todo lo que no encaja en ese guion parece raro, sucio o incomprensible.
En Flami, creemos otra cosa: que el deseo es una vía de autoconocimiento. Que no hay nada más poderoso que desarmar los mandatos que te dijeron cómo “deberías” excitarte, y empezar a observar qué cosas, en tu cuerpo y en tu historia, abren la puerta al placer.
No es lo mismo una preferencia que una patología
La sexología clínica contemporánea, especialmente desde enfoques como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) y la terapia sex-positive, propone dejar de ver al deseo como un síntoma. Tener una preferencia, una inclinación o una práctica sexual que te resulta excitante no es un diagnóstico.
¿Te excitan los pies, las voces graves, la lencería de encaje, los juegos de sumisión o los rituales de poder? Eso no dice nada negativo sobre vos. Lo que importa es si podés vivir esas prácticas desde la libertad, el consentimiento y el bienestar.
En todo caso, el problema no es lo que te excita. El problema es cuando no podés disfrutarlo sin culpa, o cuando se vuelve una fuente de sufrimiento porque lo escondés, lo negás, o sentís que te hace “anormal”.
Entonces, ¿cuándo pedir ayuda?
La mayoría de las veces, no hace falta “curar” un deseo. Hace falta comprenderlo. Mirarlo con respeto. Habitarlo sin vergüenza. Pero sí puede ser valioso buscar acompañamiento profesional cuando:
- Tus prácticas sexuales te generan sufrimiento o interfieren con tu vida cotidiana.
- Sentís que el deseo está anclado a una historia de trauma no elaborada.
- Tenés dificultades para integrarlo en tu vida o compartirlo con una pareja sin conflicto.
- Te sentís solo o inadecuado por lo que te gusta.
Ahí no se trata de “corregir” el deseo, sino de encontrar una forma más habitable de vivirlo.
¿Y si en vez de “fetiche” dijéramos “interés erótico”?
En Flami proponemos cambiar el lenguaje. En lugar de “fetiche”, que arrastra siglos de patologización, podemos hablar de intereses eróticos, mapas del placer, escenarios deseantes o preferencias sexuales. Cambiar el nombre es cambiar la mirada.
Porque las palabras construyen realidad. Si nombrás lo que te excita como algo sucio, lo vas a vivir con culpa. Si lo nombrás como parte de tu autenticidad erótica, podés transformarlo en poder.
Un mapa del deseo es mucho más que un diagnóstico
El cuerpo no responde solo a lo biológico. El deseo está hecho de historia, cultura, imaginación y contexto. No nacemos sabiendo qué nos gusta: lo vamos descubriendo en contacto con el mundo, y también con nuestras heridas. Por eso, a veces, lo que te excita tiene que ver con lo prohibido, con lo que alguna vez fue reprimido o castigado.
¿Eso significa que está mal? No. Significa que hay algo ahí que merece ser escuchado.
Desear algo no te hace menos valioso. No te convierte en “raro”. Te convierte en humano.
Y cuanto más entendés tu deseo, más fácil es vivirlo sin arrastrar vergüenza. Más fácil es comunicarlo, compartirlo, negociarlo y disfrutarlo.
El deseo no se explica. Se habita.
No hace falta justificar lo que te excita. No tenés que dar explicaciones sobre por qué una textura, un olor, una palabra o una situación te encienden. A veces no tiene lógica. Y está bien que no la tenga.
Lo que sí importa es si podés hacerlo con cuidado, con consentimiento, y desde una presencia genuina con vos y con el otro.
Ese es el verdadero centro de una sexualidad sana: no encajar, sino habitarte.
En resumen:
- El concepto de “fetichismo” tiene un origen racista, sexista y patologizante.
- Muchos intereses eróticos se han etiquetado como “fetiches” cuando en realidad son expresiones legítimas del deseo.
- No todo lo que se sale de la norma es un problema.
- Cambiar el lenguaje es un acto de poder.
- La libertad sexual comienza cuando dejás de explicarte y empezás a explorarte.
¿Querés saber más sobre tu propio mapa del deseo? ¿Sentís que hay cosas que te gustaría explorar pero no sabés por dónde empezar? En Flami diseñamos herramientas, cursos y espacios para que tu sexualidad deje de ser un problema y se convierta en una fuente real de placer, libertad y sentido.