Cuando tu hije transiciona su género: cómo acompañar desde el amor, el coraje y la presencia

Aldana Lichtenberger, PhD. @aldanalichtenberger

Introducción: el amor como punto de partida

Ningún manual nos prepara para este momento. Un día, tu hije —esa persona que viste crecer, que tal vez nombraste con otro nombre, que cargaste, cuidaste, amaste desde el primer instante— te mira a los ojos y te dice algo que cambia todo: “No soy quien pensabas que era”. O quizás lo dice de otra forma: con una palabra nueva, con una decisión corporal, con una expresión que antes no se animaba a mostrar. Y vos estás ahí. Temblando, queriendo hacerlo bien, sabiendo que eso que acaba de pasar es importante. Es de verdad.

Este artículo es para ese momento. No para juzgar, ni para corregir, ni para explicar desde afuera. Es para ofrecerte un mapa posible cuando la persona que más amás está transitando un camino que te cuesta entender, pero que sabés que querés que acompañar.

En Flami trabajamos con la mirada de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), una corriente contemporánea basada en la evidencia, que propone algo tan simple como desafiante: abrir espacio a las emociones difíciles, en lugar de pelearnos con ellas, y al mismo tiempo elegir actuar en dirección a nuestros valores más profundos. En vez de exigirnos certezas, ACT nos invita a cultivar presencia, compasión, flexibilidad psicológica y coraje. Es una práctica, no un ideal.

Y eso es exactamente lo que requiere acompañar un proceso de transición: una práctica cotidiana de amor real. Un amor que no se mide por cuánto entendés lo que tu hije está viviendo, sino por cuánta disponibilidad tenés para estar presente, aunque no sepas todo. Un amor que no impone condiciones, pero sí asume responsabilidades. Que no busca “corregir”, sino caminar al lado, aun si el camino es nuevo y desafiante para vos.

A lo largo de este texto vamos a hablar de qué significa un proceso de transición, qué suele pasarle a quien acompaña, cuáles son los errores más comunes —aunque bien intencionados—, y cómo podés usar herramientas concretas desde ACT para ser una figura segura, disponible y valiente en la vida de tu hije.

Pero antes de avanzar, quiero dejar algo claro: tu hije no necesita que seas perfectx, ni que lo sepas todo. Necesita que estés. Que escuches. Que no desaparezcas. Que aprendas. Que, si errás, repares.

Esto no es solo un proceso de identidad para tu hije: también puede ser, si lo permitís, un proceso de transformación para vos. Un camino hacia una versión más amplia, más auténtica, más viva de tu amor.

 

2. Qué significa un proceso de transición

Acompañar a un hije en su transición implica, ante todo, entender que no hay una sola forma de transicionar. No hay pasos obligatorios ni un único destino. No es un “tratamiento”, ni un problema, ni un proceso que tenga que cumplirse rápido. Es, ante todo, una afirmación de identidad. Una forma de decir: “Esto soy. Así me siento. Así quiero ser visto, nombrade, habitado.”

Y, como todas las afirmaciones identitarias profundas, no siempre llega con claridad desde el principio. A veces aparece como un gesto, otras como una incomodidad persistente con el cuerpo, con el nombre, con los pronombres. Otras veces aparece como certeza. En cualquier caso, lo que está en juego no es un capricho: es el derecho a habitar el mundo de una forma que sea coherente con lo que una persona siente que es.

Identidad de género, expresión de género y orientación sexual: no es todo lo mismo

Uno de los errores más comunes al empezar a hablar de estos temas es confundir términos. Para acompañar bien, es clave diferenciar algunas cosas:

  • Identidad de género: es el sentimiento interno y profundo de ser varón, mujer, una combinación de ambos, ninguno, u otra identidad. Es algo que cada persona sabe de sí.
  • Expresión de género: es cómo una persona elige mostrarse al mundo: su ropa, su forma de hablar, su estilo. No siempre coincide con los estereotipos de su identidad.
  • Orientación sexual: es de quién me atraigo, con quién deseo vincularme afectiva y/o sexualmente. No depende de mi identidad de género.

Es fundamental entender que una persona puede ser trans y heterosexual, trans y bisexual, no binarie y asexual… Las combinaciones son tan amplias como la diversidad humana. Tu hije puede estar transitando su identidad sin que eso signifique automáticamente una orientación definida.

Etapas posibles (pero no obligatorias) de una transición

Cuando hablamos de “transición”, solemos imaginar algo médico o jurídico. Pero en realidad, la transición puede incluir múltiples dimensiones, que no siempre ocurren juntas ni en el mismo orden:

  1. Exploración interna: muchas personas comienzan cuestionando lo que se espera de ellas, comparando lo que sienten con lo que el entorno les devuelve. Es una etapa delicada, que requiere espacio, escucha y cero presión.
  2. Afirmación social: puede implicar pedir un nuevo nombre, cambiar los pronombres, modificar la forma de vestirse, cortarse el pelo. A veces son decisiones pequeñas que significan muchísimo.
  3. Transición médica: no todas las personas trans eligen o pueden realizar cambios médicos. Algunas optan por tratamientos hormonales, otras por intervenciones quirúrgicas, y otras ninguna. Ninguna opción es más “válida” que otra.
  4. Afirmación legal: el cambio de nombre y género en documentos es una parte importante para muches, pero también puede traer trámites y desafíos. Acompañar acá puede ser un gesto muy potente.

Lo importante es entender que el proceso es propio. Que no es tu rol decidir qué pasos seguir, ni exigir “coherencia”, ni evaluar si es “lo suficientemente trans”. Tu rol es sostener, acompañar, estar disponible, aprender y crecer.

Lo que no se ve: las microdecisiones que implican coraje

Cada persona trans, no binaria o en transición vive, muchas veces, un proceso silencioso y constante de decisiones difíciles: ¿con quién me animo a hablar de esto?, ¿cómo lo digo?, ¿qué pasa si me rechazan?, ¿cómo me nombro si me da miedo? Muchas veces, tu hije está haciendo un enorme trabajo interno del que vos solo ves la punta del iceberg.

Si te cuesta, si no entendés, si sentís miedo o confusión: no estás solx, y no tenés que fingir saberlo todo. Pero que algo te cueste no quiere decir que esté mal. Solo significa que te toca aprender.

Y hay algo hermoso en eso: no hace falta ser expertx en género para ser buen cuidador. Hace falta amor, escucha, humildad y compromiso.

 

3. Qué suele pasarle a quien acompaña

Acompañar a un hije en su transición puede ser una experiencia profundamente movilizante. Para muches madres, padres o cuidadores, lo que sienten no es rechazo, sino desorientación, miedo, angustia, amor mezclado con culpa o vergüenza. Y eso no los convierte en personas malas. Los convierte en personas reales.

Es importante poder decirlo: puede doler. Puede generar confusión, duelo simbólico, o una sensación de pérdida del futuro imaginado. No porque tu hije esté haciendo algo malo, sino porque algo que dabas por seguro está cambiando. Porque la imagen que tenías en la cabeza no coincide con lo que ahora se está abriendo delante tuyo. Y reconfigurar el amor también es un acto emocional.

Duelo simbólico: no estás perdiendo un hije, pero sí una idea

Muchas personas sienten que “perdieron” a su hije cuando este les comunica que es trans o no binarie. Y aunque esa idea sea falsa —tu hije está más presente y auténtique que nunca—, la sensación de pérdida puede ser real. Lo que se pierde es la narrativa. El relato que te habías contado de quién era esa persona. Su nombre. Su rol esperado. Su forma de encajar en tu historia.

Desde la teoría ACT, esto puede pensarse como una experiencia de fusión con pensamientos, es decir, quedar atrapades en ideas del tipo: “Yo tenía una hija”, “¿Qué van a decir los demás?”, “Esto no me lo esperaba”, “¿Y ahora qué va a pasar con su vida?”.

No se trata de negar esos pensamientos, ni de pelearse con ellos. Se trata de reconocer que no son la verdad absoluta, sino historias que nuestra mente genera para protegernos del dolor, del cambio y del no saber.

La trampa de la urgencia: querer hacerlo bien ya

Una reacción muy común es entrar en modo “solucionador”: leer todo, cambiar pronombres de golpe, hablar con amigues, querer hacer activismo en una semana. O, por el contrario, cerrarse, bloquearse, desentenderse.

Ambas respuestas, aunque opuestas, tienen algo en común: nacen del miedo. Del deseo legítimo de proteger al hije, de no equivocarse, de no hacerle daño. Pero cuando ese miedo gobierna, dejamos de estar presentes. Y el cuerpo se tensa, la mente se acelera, la escucha se pierde.

Desde ACT, una herramienta poderosa es la defusión: ver los pensamientos como lo que son (palabras, imágenes, recuerdos), no como verdades que hay que obedecer. Podés practicar frases como:

  • “Estoy teniendo el pensamiento de que no lo voy a hacer bien.”
  • “Mi mente está tratando de protegerme, pero no necesito hacerle caso en todo.”
  • “Puedo sentir miedo y al mismo tiempo estar presente.”

Esto no es una técnica mágica. Es una práctica. Como el amor.

Cuando el miedo se disfraza de protección

Hay veces en que el miedo se enmascara de preocupación: “Es por su bien”, “No quiero que la sociedad lo lastime”, “Yo lo acepto, pero que no lo haga público”. En esos casos, es clave hacer una pausa y preguntarse:
¿Este límite que estoy poniendo, de verdad lo protege… o me protege a mí del dolor que me genera esta situación?

El amor, para ser amor, tiene que ser valiente. Y a veces, ser valiente es sentarse con el propio miedo y dejar de proyectarlo sobre el cuerpx, la voz o la identidad del hije.

Estás aprendiendo algo nuevo. No se espera perfección, se espera presencia.

Tu hije no necesita que seas expertx en género, ni que te conviertas en activista, ni que borres tu historia previa. Lo que necesita —y esto sí es urgente— es que no desaparezcas. Que no mires para otro lado. Que te dejes enseñar.

ACT habla de valores como dirección, no como estándares de éxito. Acompañar desde el valor del amor, la apertura, el respeto o la ternura no significa no sentir miedo, sino seguir eligiendo ese camino incluso cuando el miedo aparece.

Podés preguntarte:

  • ¿Qué clase de madre/padre/cuidador quiero ser en este momento?
  • ¿Qué actitud me haría sentir orgullosx de mí, aunque hoy no entienda todo?
  • ¿Qué es lo más importante acá, aunque duela?

A veces la respuesta es tan simple como: quedarme. Escuchar. Nombrar bien. No corregir. Preguntar qué necesita. No convertirlo en un drama. Dejar de hablar de “antes”.

A veces acompañar no es decir “yo te entiendo”, sino decir “yo no me voy”.

4. Acompañar no es controlar

A veces, en nombre del amor, controlamos. Lo hacemos sin querer. Porque queremos que nuestro hije sufra menos. Porque creemos que sabemos más. Porque pensamos que si dirigimos el proceso, todo va a doler menos. Pero hay una diferencia inmensa entre estar cerca y estar encima. Entre acompañar y supervisar. Entre sostener y corregir.

Acompañar un proceso de transición implica, muchas veces, tolerar el vacío del no saber. Sostener la propia ansiedad sin llenarla de explicaciones, preguntas o sugerencias. Implica confiar, incluso cuando te tiemblan las certezas.

¿Cómo estar sin invadir?

No se trata de no preguntar nada. Tampoco de hablar todo el tiempo del tema. El acompañamiento más valioso muchas veces no es el que tiene más palabras, sino el que tiene más presencia emocional. Algunas formas de estar sin invadir pueden ser:

  • Cambiar el nombre y los pronombres sin hacer alarde.
  • Aceptar sin preguntar detalles íntimos.
  • Sostener la mirada cuando tu hije expresa algo difícil.
  • Nombrar lo que ves sin juicio: “Te noto más tranquilx con ese corte de pelo”, “Siento que estás más vos últimamente.”
  • No poner el foco en tu propio malestar, aunque exista. Buscar otros espacios para eso.

La clave está en no poner el proceso bajo la lupa todo el tiempo, ni desentenderse por completo. En lugar de preguntar “¿estás segurx?”, podés decir: “Estoy acá, aunque no entienda todo.” En lugar de decir “Te acepto igual”, podés decir: “Te quiero como sos.”

El lenguaje es acción: cómo preguntar sin herir

El lenguaje es performativo: no solo describe, sino que construye. Cuando decimos “era mi hija”, o usamos el nombre anterior como si nada, o hablamos en pasado, no solo nos equivocamos: le mostramos al hije que aún no lo vemos.

Una buena práctica desde ACT es observar qué pasa en el cuerpo cuando nombrás correctamente, cuando evitás una corrección, cuando te frenás antes de hacer una pregunta que es más para vos que para elle. Tal vez sientas incomodidad, tensión, vergüenza. Está bien. Eso es presencia. Eso es estar vivx.

Y si errás —porque vas a errar, todas las personas lo hacemos—, podés reparar. Podés decir “Perdón, no fue mi intención, gracias por corregirme”. Sin justificar, sin exagerar, sin victimizarte. Errar y reparar también es una forma de acompañar.

Soltar el ideal: no vas a poder evitar todo el dolor

Una de las fantasías más dolorosas al acompañar a un hije trans es creer que el amor va a inmunizarlo contra la violencia. Que si vos lo amás bien, lo demás no le va a doler. Pero eso no es verdad. La sociedad sigue siendo hostil, y eso duele.

Entonces, lo que toca no es evitar todo el sufrimiento, sino ser un lugar donde no tenga que defenderse. Una casa donde no haya que traducirse. Una voz que no se le suma al ruido.

Eso no es poco. Eso es, muchas veces, lo único que sostiene la vida.

La metáfora del faro

En ACT usamos muchas metáforas para representar el tipo de presencia que no exige, no invade, pero sí ilumina. Una de las más potentes es la del faro.

Un faro no persigue a los barcos. No les dice por dónde navegar. No evita la tormenta. Pero está ahí. Firme. Constante. Ilumina incluso cuando el barco se aleja. Incluso cuando no lo ve. Incluso cuando hay niebla.

Acompañar como un faro es dejar de pensar en términos de “cómo hacer para que mi hije esté bien” y empezar a preguntarse: “¿Cómo puedo ser una figura estable, presente y amorosa, incluso en el caos?”

Eso no significa callarte siempre, ni mirar desde lejos. Significa dar luz sin exigir retorno. 

5. ACT en acción: habilidades para acompañar

No alcanza con las buenas intenciones. A veces, incluso con el amor más grande, nos paralizamos, herimos sin querer, o sentimos que no sabemos cómo seguir. Por eso, más allá de entender qué es una transición o qué emociones pueden aparecer, es fundamental tener herramientas concretas para acompañar. Acá es donde la ACT se vuelve aliada.

ACT propone cultivar flexibilidad psicológica: la capacidad de estar presentes, abrirnos al malestar sin quedarnos atrapades en él, y actuar en dirección a lo que nos importa. En el caso de acompañar una transición, eso significa algo muy concreto: no dejar que el miedo o la incomodidad tomen las decisiones. Y elegir, una y otra vez, desde el amor, el respeto y la autenticidad.

1. Aceptación activa del malestar

No es resignación. Es reconocer que el malestar forma parte del proceso, que no tiene que irse para que puedas acompañar bien. Negarlo solo lo intensifica. Aceptarlo lo hace más habitable.

Ejemplo: “Siento miedo de que le hagan daño” → no lo evitás ni lo volcás sobre tu hije. Lo reconocés y respirás con eso. Y seguís actuando desde tu valor de cuidado, no desde tu pánico.

2. Clarificación de valores

Preguntarte: ¿Qué clase de madre, padre o adultx cuidador quiero ser? ¿Cómo quiero que me recuerde mi hije en este momento? ¿Qué es lo verdaderamente importante para mí acá?

Los valores no se imponen: se eligen. No se alcanzan: se practican. Acompañar desde el valor del amor es diferente a actuar desde la ansiedad por hacerlo bien.

3. Acción comprometida

Una vez que clarificás tus valores, viene lo más difícil: actuar desde ahí. Aunque no sepas. Aunque sientas incomodidad. Aunque no tengas garantías.

Ejemplo: cambiar el pronombre, acompañar a hacer un trámite, enfrentar comentarios familiares transfóbicos. No porque sea fácil, sino porque es coherente con lo que importa.

4. Contacto con el momento presente

La mente te va a llevar al futuro catastrófico (“le van a hacer bullying”, “no va a tener una vida feliz”). O al pasado (“esto antes no pasaba”, “yo crié a una nena”). El cuerpo, en cambio, está acá.

Volver al presente es la única forma de ver realmente a tu hije. De escucharle sin anticiparte. De preguntarle cómo está hoy, en lugar de proyectar miedos sobre su mañana.

5. Yo como contexto

No sos tus pensamientos. No sos tu historia. Sos el espacio que puede elegir cómo actuar, incluso cuando tu mente dice lo contrario. Esto no es un cliché espiritual. Es una habilidad concreta: ver tus pensamientos y emociones como parte de tu experiencia, no como quien decide tu conducta.

Ejemplo: “Siento que estoy perdiendo a mi hija” puede aparecer… y al mismo tiempo podés actuar como madre presente para tu hije hoy.

No hay una forma perfecta de acompañar. Pero sí hay formas más comprometidas, amorosas y conscientes. ACT no te dice cómo tiene que ser tu vínculo. Pero sí te ofrece un principio guía: que tus acciones estén al servicio de lo que valorás, no al servicio del miedo.

 

6. Cierre: el amor no es neutro

Acompañar a un hije en su transición no es un gesto neutro. Es una toma de posición. Frente al rechazo social, al prejuicio, a la violencia simbólica y real, estar al lado de tu hije con amor, con presencia y con respeto es un acto político, emocional y profundamente humano.

No se trata de entenderlo todo. Se trata de elegir desde el amor. No de protegerlo de toda herida, sino de no ser una más. De ser refugio. De ser faro. De ser hogar.

Desde la mirada de ACT, acompañar no significa controlar el resultado ni garantizar felicidad eterna. Significa actuar en coherencia con tus valores incluso cuando tenés miedo. Significa amar sin necesitar certezas. Significa sostener, incluso cuando no sabés qué decir.

La sociedad va a decir muchas cosas. Algunas van a doler. Otras van a asustar. Pero ninguna tiene más valor que la mirada de un hije que sabe que no fue dejado solo.

Te dejo esta carta. Leéla cuando sientas que no sabés por dónde seguir:

Carta a quien hoy acompaña:

Puede que no entiendas todo lo que estoy viviendo.
Puede que no te guste cómo cambio.
Puede que a veces te duela.

Pero si estás, si escuchás, si me ves, si me nombrás como soy…
Entonces ya estás haciendo algo enorme.

No necesito que seas perfectx.
Necesito que no te vayas.

Y si alguna vez te perdés, buscá en tu amor por mí.
Porque ahí está el camino. Siempre estuvo.

Gracias por quedarte. Por buscar nuevas formas de amar.
Por ensanchar tu mundo para que el mío entre completo.

Flami