Masturbarse no es un plan B: volver al cuerpo propio sin culpa ni mandato

Aldana Lichtenberger, PhD. @aldanalichtenberger

“No me masturbo hace años.”

“Lo hago, pero rápido, a escondidas, sin disfrutarlo.”

“Me da culpa. Me siento ridícula. Me desconecto.”

“Lo hago solo para dormirme o liberar tensión.”

¿Te suena alguna de estas frases? No estás sola. Ni rota. Ni fuera de lugar.

La relación que tenemos con la masturbación —o con lo que podríamos llamar el encuentro íntimo con nuestro propio cuerpo— está cargada de mitos, vergüenza, presión y desinformación.
Y eso hace que muchísimas personas vivan su sexualidad en piloto automático, en silencio o desde un lugar de exigencia y desconexión.

En este artículo, vamos a desarmar ese enredo. Vamos a hablar de por qué la masturbación no es un recurso de descarte ni una técnica para cumplir un checklist sexual. Y sobre todo, vamos a hablar de cómo puede ser una vía real para recuperar tu deseo, tu cuerpo y tu presencia.

No es el problema. Pero tampoco es la solución mágica.

Cuando alguien dice “no me masturbo”, enseguida surgen dos tipos de discursos:
– El que juzga: “¿Cómo puede ser? ¿No te gusta el sexo?”
– El que receta: “Masturbate más, así se te despierta el deseo.”

Ambos son reduccionistas. Porque el problema no es si te masturbás o no. Es desde dónde, para qué y cómo lo hacés.

Hay personas que se masturban todos los días… y están desconectadas del cuerpo.

Y hay personas que no lo hacen hace meses… pero no porque estén reprimidas, sino porque no lo necesitan o no lo desean ahora.

Entonces, la pregunta no es: ¿lo estás haciendo o no?
La pregunta es: ¿tenés acceso libre a tu placer? ¿O está bloqueado por culpa, exigencia o automatismo?

Masturbarse no es un deber. Es una posibilidad.

Vivimos en una cultura que pasó de la represión sexual a la autoexigencia sexual.
Y eso también genera presión.

Ahora no alcanza con tener una vida sexual activa. También hay que saber masturbarse, tener orgasmos conscientes, usar juguetes, saber lo que te gusta y practicar mindfulness erótico mientras lo hacés.

Y si no te sale todo eso… otra vez aparece la culpa.

En Flami no creemos en recetas mágicas. Creemos en posibilidades reales.

La masturbación no es una obligación para ser “una persona deseante”.
Es una de las muchas puertas que podés abrir si querés reconectar con tu cuerpo, explorar tu mapa del placer y recuperar presencia en tu experiencia sexual.

No es para cumplir. Es para volver.

¿Por qué cuesta tanto?

Las razones por las que alguien evita o no disfruta la masturbación pueden ser muchas:

  • Vergüenza aprendida (por educación, religión, tabúes familiares).
  • Experiencias sexuales previas que dejaron una marca dolorosa.
  • Ansiedad de desempeño (“no llego al orgasmo”, “tardo mucho”, “no siento nada”).
  • Automatización: se hace siempre igual, en piloto automático, sin disfrute real.
  • Sensación de desconexión del cuerpo (por trauma, estrés crónico, exigencia mental).
  • Vínculos en los que el placer propio fue desvalorizado o postergado.

Entonces, antes de pensar en “reinsertarte sexualmente” con un vibrador de última generación o un ritual de autoplacer, es importante detectar qué parte de vos necesita ser vista, no forzada.

Porque el cuerpo no responde a la presión. Responde a la presencia.

No es lo mismo tocarte que habitarte

Hay muchas formas de masturbarse. Algunas se parecen más a una descarga que a un encuentro.
Y no hay nada de malo con eso: el cuerpo también necesita liberar tensión, y a veces la masturbación cumple esa función. Pero si siempre es así, si nunca aparece el permiso para ir más lento, más presente, más conectada… entonces no estás teniendo un encuentro con vos. Estás pasando por arriba de vos.

Desde ACT decimos que una acción valiosa es aquella que está alineada con la vida que querés construir, no con el alivio inmediato de la incomodidad.

¿Y si hoy tuvieras un encuentro con vos misma no para cumplir, no para llegar, no para calmarte, sino para escucharte?

¿Qué pasaría si tocarte no fuera una tarea, sino una forma de volver?

El cuerpo no es una máquina. Es un territorio.

Y como todo territorio, necesita mapas. Ritmos. Tiempo. Preguntas.

– ¿Qué parte de tu cuerpo tocás siempre igual?
– ¿Qué parte nunca exploraste?
– ¿Qué tipo de toque necesitás hoy?
– ¿Qué pasa si no buscás “llegar”?
– ¿Qué fantasías o imágenes se activan cuando te relajás?

La masturbación no tiene que ser performativa. No tiene que parecerse a lo que viste en porno. No tiene que ser silenciosa, ni explícita, ni rápida, ni sagrada.

Tiene que ser tuya.

Incluso si hoy solo te animás a rozarte una parte. Incluso si no llegás a nada. Incluso si solo es respirar con la mano en el pecho.

Ese también es un acto sexual.

Lo que no se ve: la masturbación como práctica de poder

Masturbarte no es solo una conducta sexual. Puede ser un acto de soberanía corporal.
En un mundo que nos enseñó a priorizar el deseo ajeno, a complacer antes que sentir, a hacer silencio cuando el cuerpo dice no, elegir tocarte con respeto, con presencia, con cuidado… es una forma de volver a vos.

No para desconectarte del mundo.
Sino para volver al mundo con el cuerpo encendido.

Una persona que se toca sin culpa no es una persona “liberada” en términos vacíos.
Es alguien que está cultivando una relación con su cuerpo más allá del juicio, el mandato y la mirada externa.

Eso, en sí mismo, ya es transformación.

Si te cuesta, no estás sola

Muchas personas no se masturban, o lo hacen desde el juicio, o con vergüenza.
Y eso no es “falta de deseo”. Es historia. Es contexto. Es aprendizaje corporal.

En Flami trabajamos desde la idea de que todo síntoma tiene sentido si lo mirás en el marco adecuado.

Si no sentís nada, si te da culpa, si evitás hacerlo o lo hacés siempre igual sin presencia… no es que estás fallando. Es que hay algo ahí que necesita cuidado, no presión.

Podés empezar de a poco.
Con un toque. Una respiración. Una pregunta.

¿Cómo sería rediseñar tu vínculo con la masturbación?

Acá van algunas ideas para explorar sin exigencia:

  • Hacer una pausa diaria de 5 minutos solo para tocarte la piel sin buscar excitación.
  • Cambiar de mano, de posición, de lugar físico.
  • Registrar qué pensamientos aparecen mientras te tocás.
  • Probar moverte en lugar de quedarte quieta.
  • Usar un espejo no para juzgar, sino para observar con curiosidad.
  • Permitirte estar en silencio… o poner música que te conecte.

No hay formas correctas.
Hay elecciones que te acercan o te alejan de tu deseo real.

Y si hoy no querés… también está bien. No te fuerza nadie. No te falta nada.

Cierre: el cuerpo que espera

Quizás hace tiempo que no te tocás. Que no te elegís. Que no te explorás sin presión.
No porque no quieras. Sino porque el mundo fue muy ruidoso. Muy exigente. Muy hostil.

Pero el cuerpo no se va.
Espera.
Está ahí.

No para que lo explotes.
Sino para que lo habites.

Y cada vez que volvés —aunque sea con una caricia suave, una respiración profunda, un gesto de cuidado—, algo se despierta.

No es siempre fuego.
A veces es ternura.
A veces es alivio.
A veces es la certeza de que no necesitás nada más para estar en casa.

Flami